Nunca había entrado en contacto con el mundo
de la prisión ni me sentía particularmente llamado a él cuando entré en el
Noviciado. Con todo, había hecho Ejercicios en la vida ordinaria con un jesuita que acude con cierta frecuencia a la cárcel, y su testimonio y su cariño al
hablar de la realidad que allí se encontraba me habían dejado huella.
Así, este curso he tenido la suerte de desarrollar una de mis dos
pastorales en Loiolaetxea, una obra de la Compañía, aquí en San Sebastián, que
busca ser hogar para quienes salen de prisión sin uno propio.
Los miércoles por la tarde he solido subir con una trabajadora de
la casa a la cárcel de Martutene. Allí he conocido las historias de gente que acude a la
reunión de grupo con nosotros. Personas concretas que me han mostrado
claramente el rostro de Jesús, un Jesús que sufre, que carga con la cruz; he
sentido allí cómo el Cristo doliente de la tercera semana de Ejercicios se
encarnaba en ellos. Pero también he visto alegría por una buena noticia, por un
trabajo, por un permiso durante el cual se han sentido queridos en Loiolaetxea.
He rezado con y por sus desilusiones y resignaciones, sus esperanzas y sueños.
He podido, además, compartir ratos, mesa y charlas con la gente de la
casa. He tenido la gracia de compartir la Eucaristía con parte de la gran
familia que es Loiolaetxea, sintiéndome, desde el principio, acogido yo
también.
Doy gracias a Dios por el trabajo que allí llevan a cabo 3 compañeros
jesuitas y tantos colaboradores y voluntarios laicos. Le doy gracias porque me
ha descolocado, me ha roto esquemas preconcebidos, me ha acercado a sus
preferidos. Le doy gracias, sobre todo, porque el amor de Dios, que parecía esconderse en la prisión,
aparece y se muestra en Loiolaetxea, por sus verdaderos efectos.
¡Feliz verano y nos vemos en septiembre!
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