"Mientras nos explicaban las distintas actividades de la semana ignaciana en las que íbamos a tomar parte comencé a pensar que iba a resultar imposible: empezar con un concurso ignaciano, continuar el día con una obra de teatro y concluir la jornada con un breve testimonio sobre mi propia experiencia de Dios.
Lo que pasa es que en la vida estamos acostumbrados a llevar el volante, a elegir nuestro camino con detenimiento, aminorando o acelerando la marcha a nuestro gusto. Pero hay momentos en los que se nos presentan dos opciones: frenar en seco o confiar. Al confiar te das cuenta de que todo no depende de tí. Es entonces cuando te sale el gesto que hace sonreir a los niños o las palabras que hacen que los adolescentes te presten atención. También es ahí cuando ves como tu compañero acierta con el testimonio que hace reflexionar a los jóvenes, o cuando te quedas en blanco y él sale en tu ayuda.
Para mi estas semanas ignacianas han sido un tiempo de aprender a confiar en Dios y de descubrir su mano en las pequeñas cosas."
La vuelta al noviciado después de los días de semana ignaciana suele dejar dos sensaciones: el cansancio por la intensidad de lo vivido y la confianza en que merece la pena ayudar a otros a descubrir a Dios. ¡Enhorabuena por el trabajo!
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