La llegada se extendió a lo largo de toda la jornada, llegando primero los que venían de más cerca (Elizondo, Tudela o Mondragón) y poco a poco, tras largos viajes, fueron llegando el resto de compañeros. Finalmente nos pudimos juntar todos a la hora de cenar. Fue un día de alegría y abrazos, de compartir anécdotas e historias vividas estos meses, de recordar a todas esas gentes que han pasado por nuestras vidas y sobre todo un día para celebrar que ni la muerte ni el dolor tienen la última palabra si no que la última palabra de nuestra vida la tiene el amor, la tiene el Dios de la vida.

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